Si algo nos sucede a los trabajadores del mundo editorial (yo, tras noches de cavilación, todavía no he sido capaz de encontrar un porqué), es que somos víctimas inevitables, presas forzosas, cautivos necesarios (…) de ese fenómeno que no sé si con más gracia o veracidad ha sido bautizado como deformación profesional.

Y es que esto es así, desde que uno comienza a dedicar su vida a la producción de textos, comienza a leer de otra manera: está perdido. Y no solo en el sentido de que el relato comience a transformarse, en su mente, en matrices, márgenes, líneas viudas, dobles tabulaciones o  que sienta un ansia imposible de aplacar por conocer la tipografía o el tipo de papel en el que está impreso, sino porque hasta los libros empiezan a cogerse de forma diferente.

Cuando un ejemplar llega a sus manos, hay una fuerza que le empuja a leer el parlamento editorial, o lo que es lo mismo: las letras pequeñitas que aparecen en la primera página del libro y que el resto del mundo se salta sin el más mínimo sentimiento de culpabilidad.

Pues a mí también me pasa eso. Y, como profesional del ámbito editorial no puedo evitar sentir un pinchacito en el pecho cuando termino de leer esa página y no encuentro ninguna mención a los de mi gremio (los correctores ortotipográficos y de estilo), que dedicamos mucho tiempo y esfuerzo a que ese libro salga a la perfección.

No crean que esto es un rebote infantil ni un capricho por alcanzar la fama (a pesar de que corregir textos en un yate debe de resultar de lo más inspirador), sencillamente es una pequeña reivindicación por una figura que siempre ha realizado su trabajo en la sombra, que se deja los ojos y el alma en corregir cada oración mal construida, cada pequeña errata, cada doble espacio, en revisar índices, contar páginas…, en fin, que trabaja con mucho esfuerzo para que el libro llegue perfecto a las manos del lector; y de la que se prescinde cada día más en el sector editorial, bien sea por motivos económicos, pasotismo o puro desconocimiento, y así nos luce el pelo (algún día les contaré la cantidad de barbaridades que pueden leerse por ahí, que no son pocas ni banales).

Si dentro del sector editorial no nos cuidamos entre todos y entramos en el bucle de me-da-igual-cómo-pero-mucho-y-ya, si nosotros no mimamos la cultura y el buen hacer en el campo del lenguaje, ¿quién lo hará?

Por eso, digo que qué cuesta una pequeña mención en esa página tan blanca, para que todo el mundo sepa que estamos y que estamos para ellos, que no desacreditamos a los autores, sino que trabajamos apoyándolos y asesorándolos en su trabajo.

Yo supongo que, entre editores, traductores, ilustradores, diseñadores de cubierta, maquetadores, impresores, fotógrafos del autor y un largo etcétera, podrán encontrarnos, sin un esfuerzo titánico, un huequito, ¿no?