La traducción, así desde fuera, parece una profesión que abarca todos los idiomas y todo tipo de canal comunicativo. El traductor parece un superhéroe lingüístico capaz tanto de traducir el guión de una película y sus subtítulos como de interpretar la charla del presidente de China para la televisión nacional, pasando, por supuesto, por traducir la última novela más vendida y hacer, además, traducciones juradas. Ah, no olvidemos que, para ser un traductor de verdad tendrás que dominar perfectamente al menos dos idiomas extranjeros. Si eres bilingüe por circunstancias de tu vida personal, para el público general, serás mejor profesional de la traducción que el traductor con experiencia cuyos padres son de un pueblo de Cuenca.

Pero no es así, efectivamente, y si ya eres traductor, si quieres serlo, o si conoces a alguien que lo es, sabrás que, para empezar, los traductores solo trabajan con textos y están especializados. Aquí tenéis unos ejemplos sencillos de prejuicios sobre los traductores y la realidad del mito:

La voz que reproduce lo que dicen los hablantes extranjeros en El Hormiguero o los miembros del Parlamento de La Unión Europea no son traductores. Esta es la labor del intérprete. 


Los licenciados o graduados en España no pueden hacer traducciones juradas sin aprobar un examen del Ministerio de Asuntos Exteriores. 

Los traductores literarios están especializados, no solo en traducción literaria, también en los géneros literarios (narrativa, poesía, canción, teatro y ensayo) y generalmente son, además, escritores. Tienen unos derechos sobre la obra, al igual que los tiene el autor. De hecho, en España, hay una ley que iguala al traductor literario al autor en derechos.

Ser bilingüe no garantiza, en absoluto, estar cualificado para ser traductor. El traductor no solo conoce dos idiomas, sino que ha profundizado en ambas culturas y tiene herramientas lingüísticas y traductológicas que una persona bilingüe no tiene. Además, en la lengua meta (aquella del texto final) debe tener un completo conocimiento de las reglas de gramática y ortografía que, por desgracia, no todos los hablantes nativos dominan.

El traductor debe traducir solo a su lengua materna, a pesar de lo que la gente cree. Es de lógica que el resultado del texto solo vaya a ser perfecto cuando el traductor domine absolutamente a la perfección el idioma, es decir, conozca la lengua en todos sus niveles (gramatical, sintáctico, léxico, morfológico) y en todos sus registros. Esto solo suele ocurrir cuando el traductor es nativo de una lengua o de varias, si es bilingüe. Una buena agencia de traducción debe asegurarse de que sus traductores solo traducen a la lengua que dominan al 100%.   

Para ser traductor, no hace falta saber más que un idioma extranjero. Eso no significa que seas un traductor a medias ni un vago, significa que, por tus circunstancias (quizá no has estudiado la licenciatura ni el grado), solo hay un idioma en el que te consideras apto para traducir, lo cual no significa que no seas capaz de hablar, a otro nivel, otros idiomas.

El traductor ha de saber de la vida y tener amigos que se dediquen a diferentes oficios, porque no nacemos con sabiduría infinita y los textos a veces contienen información que los traductores ignoramos. Por ejemplo, si tu padre es mecánico, tienes un informante estupendo para traducir la página web de un concesionario.

Desgraciadamente, todavía los traductores no estamos lo suficientemente valorados ni se conoce nuestra labor. Si estás de acuerdo con que estos prejuicios dañan nuestra imagen y reputación como profesionales, ¡comparte!